Escuchen este teorema - Es falso, ¡pero es precioso!
R. Michael Porter K.
Departamento de Matemáticas,CINVESTAV.
Alberto Verjovsky nació en la ciudad de México el
2 de enero de 1943:
Justo al momento cuando estaba terminando mi tesis de doctorado en Northwestern University en 1978, escuché que Alberto Verjovsky venía de México a impartir una conferencia. Aunque nuestras áreas de especialidad no coincidían, la noticia era de importancia para mí porque había solicitado un puesto en el Cinvestav, y posiblemente ahora podría conseguir alguna información al respecto. El apellido me hizo esperar ver (algo ilógicamente) a una persona mayor de traje gris, movimientos lentos y metódicos y fuerte acento ruso, pero me quedé fascinado por un espectáculo de actividad, donde exclamaciones y gesticulaciones dominaban lo poco que escribía sobre el pizarrón. Desde luego el traje faltaba por completo, ni siquiera estaba claro si había intentado peinarse o no ese día. Supuse que fue mi ignorancia del tema que expuso, la causa de no haber captado gran cosa durante su conferencia ( aunque sí había estudiado algo de sistemas dinámicos ); más tarde conocí mejor el estilo expositorio personal de Alberto, en que el entusiasmo importa mucho más que un orden riguroso de presentación de ideas. Aquí trazaré unos pincelazos sobre mis primeros años en México, en que Alberto fue sin duda el miembro del Departamento más influyente para mí en cuanto a qué es un matemático y cómo trabaja. Se me ha pedido escribir sobre "su trabajo y / o su personalidad". Es un placer hacerlo. Consulté a varios compañeros, y todos usaron la palabra entusiasmo: "Te contagia con su entusiasmo". Uno de los comentarios espontáneos lo resume todo: "¿Alberto? Su personalidad es su trabajo". Entre nuestros intereses comunes estaba el tema de las peculiaridades de los idiomas (recuerdo que yo estaba aprendiendo español, y agradecía que corrigieran mis faltas). Pasamos muchas horas conversando de sutilezas de traducción, fonética, ortografía, o lo que fuera (léase juegos de palabras, albures, etc.). Descubrí que la "X" en el supuestamente fonético alfabeto español, representaba cuatro fonemas distintos, y se le hizo gracioso cuando en mi primera plática de matemáticas aquí empecé a hablar, con toda inocencia, de dominios "simplemente conejos".
Alberto siempre era muy bueno para los trabalenguas, y nos regalaba "El Arzobispo engargolador de Angola" con gran afán. Su talento para ver el humos en los sucesos cotidianos, nos hacía a todos compartir sus risa. Una vez cuando pidió al dependiente de una aerolínea en Brasil un solo boleto, éste comenzó a multiplicar por uno, con papel y lápiz, el precio del boleto dígito por dígito (que por cierto eran bastantes en la devaluada moneda de aquellos tiempos). Probablemente cualquiera hubiera encontrado chusco el suceso, pero nadie podría contarlo como Alberto. Es que era (y confío que todavía es) totalmente desinhibido, contaba el chiste o anécdota primero, con actuaciones e imitaciones, y después pensaba acaso si atinaba. Entonaba en los pasillos arias napolitanas como "Aurora Bianca di Notte". A veces llevaba un reloj con alarma que tocaba "La cucaracha" para avisarle cuando se acababa el tiempo de su plática. No hacía falta más que mencionar SO(3) para que se quitara el cinturón y doblándolo en el aire demostrara que su grupo fundamental es igual a Z2. Por cierto, cuando llegué a México no sabía de Cantinflas, y al ver una de sus películas por primera vez, me pareció una imitación nada mala del estilo de Alberto. Así como varios miembros del Departamento, Alberto fumaba con intensidad, y parecía que todos intentaban cumplir con la normativa de Erdös de "convertir café en teoremas". Probablemente era el mejor ajedrecista del Departamento. (Algunos recuerdan que también jugaban Go, posiblemente antes de mis tiempos). Había partidos casi todas las tardes. Arengaba el pobre que le tacaba mover, "estás en problemas, no estás en problemas, que tengas miedo, que no lo tengas". Ese ajedrez era gran deporte de espectadores; yo no jugaba mucho, y durante años me impresionaba cómo siempre encontraban posiciones tan complicadas e interesantes, hasta que un día me di cuenta que cada vez que alguien cometía algún error común, le hacían regresar la jugada y tirar mejor. No faltaban ocasiones en que le juego se abandonaba de repente a favor de alguna inspiración matemática cuya resolución ya no podía esperar. Alberto siempre se interesaba en una enorme gama de temas. Trabajaba en foliaciones, flujos de Anosov, invariantes topológicos, fibraciones, acciones de grupos discretos en todo tipo de espacios, espacios de Teichmüler y después en dinámica cuaterniónica, conjuntos de Julia y fractales. Todos lo recordamos como "cultísimo" matemáticamente, podía hablar con matemáticos de cualquier especialidad, y dar y recibir algo. Más allá de esto: "generoso con sus matemáticas", escuchaba a cualquiera y lo ayudaba en todo lo posible. Andaba a la brega con los problemas más desafiantes, no se amedrentaba ante conjeturas que se habían burlado de los mejores matemáticos durante siglos. En épocas trabajaba de noche en su casa y llegaba al Departamento después de mediodía.
Llevaba correspondencia con los más destacados matemáticos del mundo. Tenía sus suscripciones personales a algunas de las revistas de matemáticas más importantes, no importaba que también las tuviera la biblioteca. Poco después de mi llegada al Cinvestav, llevamos durante un par de años un seminario sobre el trabajo de Thurston en geometría hiperbólica. Para mí el tema era interesante en sí, mientras Alberto lo veía como escalón para cosas más grandes. Escribió un texto sobre ese material para la VI ELAM, y de alguna manera me persuadió que hiciera las ilustraciones. Le obsesionaba la conjetura de Poincaré. Durante varios años no pasaba día en que no escuchara el haz de Hopf y de las fibraciones de Seifert. Cuentan unos compañeros que, regresando al Departamento después de comer, encontraron a Alberto, que acababa de llegar de su casa, "Oigan, les quiero decir algo, pero no se lo digan a nadie. Llevo mes y medio que casi no duermo porque creo que tengo una demostración de la Hipótesis de Riemann..." Prueba de su valentía, es que fue hasta Nueva York para encontrar a un especialista que, al final, pudo encontrar el error en su argumento (aunque su idea tenía suficiente originalidad para justificar una publicación). Si he dado hasta aquí la impresión de un tipo bohemio, matemático de huso colorado, distraído, consecuentemente con poco interés o paciencia por detalles mundanos ni mucho menos por la burocracia académica, entonces he logrado comunicar algo de mis impresiones de Alberto en esos años en el Cinvestav. Era imposible visualizar a Alberto de traje, siguiendo horarios de oficina o haciendo trámites administrativos. Todo esto para dar alguna idea de la medida de mi asombro, cuando me dijo que iba a dejar el Departamento de Matemáticas para convertirse en funcionario del Internacional Center for Theoretical Physics en Trieste, Italia. ¡Pensé que era otro de sus chistes! Empezó a coordinar con ahínco las reuniones que se celebraban, una tras otra, todo el año (a veces más de una simultáneamente). Aunque seguramente Alberto sacó muchísimo provecho del contacto con los participantes que llegaban a Trieste de todas partes, está obvio que en muchos aspectos ese trabajo, ese servicio que entregaba al mundo matemático, tuvo que ser un enorme sacrificio personal por requerir una disciplina tan contraria a su naturaleza libre. Su dedicación al arte fue tan grande y profunda que se echó ese paquete por varios años. Me quito el sombrero. (Afortunadamente no afectó su sentido del humor. Recuerdo especialmente el del italiano, cargando una pesada sandía sobre los hombros, al que le preguntan por algún camino. Con gran dificultad -tienen que imaginarlo actuado por Alberto -baja su fatigosa carga al suelo, se incorpora, mira directamente a sus interrogantes y responde encogiendo los hombros.)