Yo conocí a Prometeo en 1931. En la Escuela Nacional Preparatoria. Parecía un profesor de geometría analítica y todos le decían Sotero Prieto.
En la historia de las matemáticas ocupa una posición singular. Fue un genio de la enseñanza oral; hasta a los temas más humildes acostumbraba darles un toque mágico. En la atmósfera tensa de su clase, los jóvenes practicamos el enérgico deporte de la precisión mental. Sotero no tuvo contacto con el oxígeno de la investigación internacional. El autodidacto es un infeliz, confesó alguna vez. Poseedor de un incisivo espíritu de crítica, tuvo una conciencia muy clara del atraso en que se encontraba México respecto a la ciencia mundial. Implacable con sus contemporáneos, tenía en cambio una gran fe en las futuras generaciones y estimulaba con gran entusiasmo los nuevos brotes de vocaciones matemáticas. Por su integridad intelectual, su pasión por la enseñanza y su genio para suscitar entusiasmos, al esfuerzo de Sotero se debe fundamentalmente el desarrollo de las ciencias exactas.
La claridad, la sencillez de exposición, el orden; en fin, todas las cualidades recomendables en un profesor las tenía Sotero en grado máximo, pero fue mucho más que eso. Su personalidad desborda las reglas de la buena pedagogía. Fue un espíritu incandescente, genial y ciego. Generoso y cruel. Poderoso, apasionado, desadaptado. Lo fulminaron los dioses el 22 de mayo de 1935.
(De una conversación con Alberto Barajas, el hacedor de sueños.)
Carta Informativa SMM
Núm 11
Noviembre 1996
Pag. 7, 8, 9 y 10)